Sunday, January 15, 2017

¿Quién está traicionando realmente los valores judíos? - Richard Landes - Algemeiner



Eva Illouz escribió una  pieza dramática de año nuevo para el Haaretz en la que acusaba a los compañeros judíos que apoyan a Trump de caer presas de fantasías mesiánicas y de "traicionar a los judíos, a la historia judía y a la humanidad". También afirmaba que los "judíos liberales (progresistas)" como ella misma de ser la auténtica oposición al antisemitismo". Invocando la definición de lo siniestro de Freud - el sentido de que algo familiar es ahora ajeno y amenazante - afirmaba que "el mundo (plagado de Trump) de principios de 2017 provoca la misma sensación de lo siniestro: es el mismo y familiar viejo mundo, sin embargo tenemos la sensación de que se ha convertido en mundo habitado por fantasmas extraños, criaturas híbridas nunca antes vistas".

El artículo de Illouz, y su sorprendente imagen de un reconocimiento de lo siniestro, me llevaron de nuevo al año 2000, cuando aún formaba parte de la izquierda. Entonces, de repente, me di cuenta de que mis compañeros judíos - tan buenos e inteligentes,  esos judíos imaginativos con quienes amaba hablar, discutir, luchar - se había vuelto de repente sordos a los gritos de su propio pueblo en Israel, frente a un aterrador terrorismo diario, con ataques inspirados religiosamente contra los civiles israelíes. En su lugar, se apresuraron a anunciar que, "como judíos", aborrecían las abominaciones cometidas por Israel.

De algún modo, para estos judíos ajenos a sus compañeros judíos en Israel, su urgencia moral acerca de los supuestos crímenes de Israel iba de la mano de la correspondiente resistencia a criticar el comportamiento palestino: "¿Qué otra opción tienen?", "un terrorista es un luchador por la libertad", "No demonicemos a la población palestina", "nosotros somos peores terroristas que ellos".

Y sin embargo, dentro de esta matriz que alternaba una profunda indiferencia moral ante las acciones terroristas de los palestinos, y la histeria ante las represalias israelíes, surgió una imprudente desorientación cognitiva. La hostilidad palestina podría insertarse dentro de una narrativa post-colonial en la que Israel era el racista colonial, y los palestinos las víctimas indígenas. Siguiendo esa deriva, los genocidas yihadistas también podrían enmascararse dentro de la esfera pública global como unos heroicos "combatientes de la resistencia" que luchan por "los derechos humanos".

Ese extraño dar la espalda a los judíos israelíes plasmado en los ataques contra Israel en el inicio del milenio se extendieron mucho más allá de esos judíos progresistas y de sus "amigos". Después del 2000, las comparaciones de Israel con los nazis fueron habituales dentro de la corriente principal de la izquierda progresista mundial. En esa nueva narrativa, el icono de Al Durrah sustituyó y borró al del niño del gueto de Varsovia, al igual que Gaza reemplazó al gueto de Varsovia. Y el Goliat israelí - una imagen ya extraña - se transformó en el Israel nazi: una especie de Anticristo secular.

Por supuesto, los más feroces enemigos de la libertad judía, desde los supersesionistas (el antijudaísmo del cristianismo teológico) a los judeófobos más delirantes, abrazaron esta narrativa de reemplazo con gran alegría. Y para aquellos que se creían progresistas, esta alegría fue mucho dañina para su propio mundo progresista y pacífico. Así en el 2002, ebrios ante la ola del letal periodismo basura sobre la falsa "masacre del IDF" en Yenín, algunos de los manifestantes llevaban simulacros de cinturones suicidas para animar a los palestinos a su "resistencia", ayudando en realidad a glorificar a una nueva y terrible arma apocalíptica que destrozará el nuevo siglo, y que pronto se convirtió en un arma contra su propio pueblo y otros musulmanes.

Est extraño horror sucedió por primera vez en el 2000, testimoniando la reacción de los judíos progresistas ante la violencia que sufría su propio pueblo en Israel, los únicos judíos soberanos en el mundo y que luchaban contra los ataques suicidas palestinos. En lugar de reconocer el fracaso de las buenas intenciones de Israel cuando tuvo que enfrentarse con un odio profundamente alimentado, insistiendo en su desastroso consejo de que se ignoraran las señales beligerantes de la Autoridad Palestina y se continuara con el "proceso de paz" como si no pasara nada, los judíos liberales y progresistas prefirieron volverse en contra de los judíos "derechistas" a quienes los judíos israelíes eligieron para limpiar el desastre que los propios judíos progresistas habían forjado con el "proceso de paz" de Oslo.

Cuando Eva Illouz deplora como actualmente a la "derecha" judía pro-Trump como personas para las que "el nacionalismo ha sustituido a la memoria histórica como el nexo de las instituciones judías y de la identidad judía", se podría pensar en las repetidas ocasiones en las que los judíos progresistas han apoyado el internacionalismo haciendo precisamente eso que ahora reprochan a los "nacionalistas", es decir, "sustituir la memoria histórica judía como nexo de las instituciones judías y de la identidad judía" por el progresismo y el internacionalismo, ya a principios del siglo XX y de nuevo ahora. Cuando se afirma que "sólo los judíos liberales y progresistas en Israel y en el mundo democrático pueden presumir de ser los oponentes auténticos del antisemitismo", deberíamos considerar las décadas de un comportamiento terrible, ajeno y sin arrepentimiento entre aquellos (que dicen ser) liberales, ese comportamiento eso que promovió a nivel mundial el más venenoso odio a los judíos, alimentando con ello la yihad global, el peor movimiento imperialista de nuestros días.

Si en lugar de encerrarse en delirantes avisos de alarma y de división, los judíos progresistas practicaran la introspección, podría encontrar la suficiente empatía para entender por qué los que rechazan el liderazgo moral de la izquierda mundial no son gente deplorable, y por qué la extraordinaria persistencia de los judíos progresistas, en el mundo y en Israel, en promocionar un antisionismo antisemita dentro de la esfera pública mundial ha aterrorizado a los judíos que han realizado un auténtico seguimiento del antisemitismo lo largo de los siglos y milenios.

También podrían descubrir por qué estas decisiones de los judíos progresistas "de asociarse con lobos con disfraz de ovejas progresistas" que grotescamente acusan a Israel de genocidio, los ha vuelto irreconocibles para sus compañeros críticos judíos.

De hecho, incluso podría entender la posibilidad de que las políticas de Obama, percibidas por muchos como un mandato civilizacional suicida, podrían haber provocado una reacción popular que habría facilitado el triunfo de un candidato tan crudo e inestable como Trump, alguien que nunca podría haber sido "aceptado" por el público estadounidense, incluidos los judíos.

Quizás, en el silencio y en una apertura a la autorreflexión, tal vez surjan algunas sanas voces judías progresistas por encima del ruido de la locura de civilización que se hace cada más fuerte en estos problemáticos inicios del nuevo siglo.

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