Saturday, February 22, 2014

Cuando un embajador israelí debatió con un famoso historiador sobre la legitimidad de Israel y le venció - Yair Rosenberg - Tablet




Fue una cadena familiar de acontecimientos: Un prominente erudito y un importante intelectual visita el campus de una universidad de élite para hablar con los estudiantes. En sus palabras, él sorprende a su público y a la comunidad judía al cuestionar el derecho del pueblo judío a un estado, y al afirmar que el tratamiento sionista de los palestinos es moralmente equivalente al tratamiento nazi de los judíos. Naturalmente, esas palabras provocan una fuerte condena por parte del embajador israelí local.

Pero esto es 1961, y no 2014. El escenario es Montreal, donde el famoso historiador británico Arnold Toynbee, especialista en asuntos internacionales, dio esa controvertida conferencia ante los estudiantes de la Universidad de McGill. Y la historia no terminó con un intercambio de artículos de opinión, comunicados de prensa y disculpas públicas. En cambio, el embajador israelí en Canadá, Yaacov Herzog, respondió desafiando a Toynbee a un debate público, sólo cinco días después de que sus comentarios iniciales. El 31 de enero, hace 53 años, los dos se enfrentaron en la McGill Hillel House en un intercambio que fue transmitido en vivo por todo el país y más tarde esa misma noche en Israel.

Shimon Peres definió la discusión que siguió como "uno de los debates más dramáticos de la historia de nuestro pueblo". Hace unas semanas, para dar la bienvenida al primer ministro canadiense Stephen Harper a Israel, el sobrino de dicho embajador, y líder del Partido Laborista Isaac Herzog, citó este acontecimiento en el podio de la Knesset. Sin embargo, como el paso de años, pocos habíamos oído hablar de ello.

En su aniversario, el debate entre el erudito y el diplomático vale la pena recordarlo no sólo porque las actitudes se mantienen similares, sino porque ofrece una manera de hablar por parte de Israel que en gran parte se ha perdido.

La conferencia en la McGill no era la primera por parte de Toynbee, un profesor de la London School of Economics que había equiparado a los judíos y a sus opresores nazis. Él en realidad, en esos momentos, había terminado en 1954 el octavo volumen de su aclamada serie "Estudio de la Historia" en la Oxford University Press. Pero mientras unos pocos laicos habían leído su libro, los comentarios de Toynbee en la McGill reverberaron rápidamente a través de la prensa y de la comunidad judía local.

Este erudito de 71 años de edad no era ajeno a las polémicas que implicaban a los judíos. Así ya había utilizado sobre el pueblo judío la infame etiqueta de civilización "fosilizada" y "sociedad extinta" en 1934, y más tarde describió al sionismo como "demoníaco". Este mismo historiador también tuvo un récord lamentable con los nazis: Después de reunirse con Adolf Hitler en 1936, Toynbee le dijo a la Oficina de Asuntos Exteriores británica que creía que el líder alemán era "sincero" en lo de renunciar a cualquier deseo de conquistar Europa. Aunque este accidentado pasado llevó a algunos a acusar a Toynbee de antisemitismo, hizo poco para moderar su celebridad, tal como la experimentaba al otro lado del Atlántico al ser invitado a dar conferencias en la McGill.

Pero para Herzog, el embajador israelí, los comentarios de Toynbee en el campus implicaban pasarse totalmente de la raya. Sin consultar con sus superiores, el embajador de Israel retó inmediatamente a Toynbee a un debate público tanto en lo referente a su analogía nazi como a su afirmación de que el judaísmo era un "fósil". A los 39 años, Herzog era dos generaciones más joven que el historiador, pero no era un intelectual de peso ligero: Hijo del segundo Gran Rabino ashkenazi de Israel, Isaac Halevi Herzog, y hermano de su futuro presidente Chaim Herzog, Yaacov Herzog era a la vez un erudito religioso consumado y un diplomático singularmente competente. Más tarde servirá como director general de la oficina del primer ministro con Levi Eshkol y Golda Meir, después de haber servido como Gran Rabino de Gran Bretaña.

Y así, en la noche del 31 de enero, el joven embajador se puso delante de una multitud desbordante en la Hillel McGill House, rodeado por la prensa y los micrófonos de numerosas estaciones de radio. "En primer lugar, quiero aclarar que yo estoy aquí por una decisión personal, y no como un enviado oficial", comenzó Herzog. "De hecho, durante las últimas 48 horas desde que el profesor Toynbee accedió a este debate, me he centrado muy poco en la naturaleza de mi labor oficial y me he centrado en recorrer más allá del espacio y del tiempo unos pocos miles de años de historia, en un viaje de ida y vuelta, tratando de desentrañar las civilizaciones y los fósiles".

Con estas palabras, Herzog tácitamente reconocía que tanto líderes judíos canadienses locales, así como algunos funcionarios de la Cancillería israelí, habían desaprobado su desafío a Toynbee, temiendo que este diplomático relativamente desconocido sería superado fácilmente por ese famoso intelectual con casi el doble de su edad. Como escribió el biógrafo de Herzog Michael Bar-Zohar, "en ese momento, él no era un funcionario público y un funcionario del gobierno, era el portavoz no oficial del pueblo judío que luchaba por su honor".

Las palabras iniciales de Toynbee fueron emblemáticas de ese encanto paternal tan popular del historiador británico. "Los boxeadores se dan la mano antes de luchar", dijo. "Tal vez eso sea más bien un buen ejemplo para embajadores y profesores. Me temo que no vamos a proporcionar una actuación tan entretenida como la que puedan brindar unos boxeadores, pero aún así, esta es una ocasión muy importante y seria".

Con eso, comenzó la batalla. El combate, que duró una hora y 20 minutos, osciló sobre historia judía, la historia árabe y la historia humana, desde el problema de los refugiados palestinos a las minucias de la ley internacional. Cada polemista anotó sus puntos con respecto al otro, pero en los argumentos clave, aquellos en los que la disputa había sido planteada, si las acciones de Israel en 1948 fueron moralmente equivalentes a las nazis, y si la nación judía era una civilización fosilizada, Herzog surgió como el claro vencedor.

Desde el principio, Herzog presionó a Toynbee para que explicara cómo, exactamente, las acciones de Israel durante una guerra de auto-defensa contra varios ejércitos árabes podían compararse con el programa genocida sistemático de los nazis contra los judíos. Toynbee explicó que él no tenía la intención de equiparar estadísticamente las acciones de los nazis con las de los fundadores de Israel, sino que simplemente había hecho una comparación moral: que las masacres individuales cometidas por las fuerzas israelíes en 1948 no eran diferentes a los perpetradas por los alemanes en contra de la judíos. "Si yo he matado a un hombre, eso me convierte en un asesino", observó. "Yo no tengo que alcanzar la marca de mil asesinatos o la marca de un millón para ser un asesino".

Herzog se abalanzó sobre este punto, dirigiendo la propia metodología histórica utilizada como historiador por el propio Toynbee en su contra. "Ahora, profesor, en el volumen cuatro de su obra, en la página 128 de su estudio sobre la historia usted dice: 'En la historia de los intentos de civilización de los hombres hasta ahora, nunca ha existido una sociedad cuyo progreso y cuya civilización haya llegado al extremo de que, en tiempos de revolución o de guerra, sus miembros pudieran confiar en no cometer atrocidades' ", recitó Herzog . A continuación, leyó una lista de todas las naciones que el propio Toynbee implicaba en esa acusación: los alemanes en Bélgica en 1914, los británicos en Irlanda en 1920, los franceses en Siria, y muchos otros a lo largo de la historia, incluyendo, por supuesto, a los nazis.

Herzog añadió posteriormente un grupo que Toynbee había omitido: "¿Está usted de acuerdo en que también hubo masacres de civiles judíos por parte de los árabes?" Herzog hizo referencia a algunos de esos casos preguntando: "¿Se podría considerar que estas atrocidades (de los árabes) también entrarían en la categoría de atrocidades nazis? Y si es así, ¿por qué no dice usted que ambas partes hicieron cosas de dicha categoría? ¿Por qué usted solamente nos elige a nosotros, los judíos? ¿Por qué nos singulariza? ¿Por qué no escribe que Gran Bretaña y casi todos los países del mundo entrarían dentro de su propia definición?".

Después de varios minutos de ese tipo de cuestionamiento, Toynbee reconoció la razón de Herzog. "Estoy de acuerdo en que la mayoría de las sociedades han cometido atrocidades, pero no creo que eso condone las atrocidades", dijo. "Estoy de acuerdo con usted en que...", pero Herzog le respondió rápidamente. "Pero, ¿está usted de acuerdo en que esta comparación se puede aplicar a nivel universal y a cualquier país que haya entrado en guerra y cuyos soldados hayan cometido atrocidades contra la población civil". Toynbee tenía que estar de acuerdo: "Sí, las atrocidades son atrocidades y el asesinato es asesinato, y es un asesino el que los comete". Herzog le preguntó entonces a Toynbee si también se podría estigmatizar de esa manera las "atrocidades árabes contra la población civil judía" y las cometidos por los Estados Unidos. "Por supuesto", respondió el profesor.

Con ese reconocimiento, Herzog esencialmente desarmó al historiador. Después de todo, si cada nación se había comportado como los nazis, entonces la acusación se despojaba de significado moral. "En otras palabras", concluyó Herzog, "el manto nazi se encuentra en todo el mundo, antes incluso de que llegaran los nazis ... y después de haberse ido". Los judíos, entonces, ya no eran más propensos a una conducta inmoral que cualquier otro pueblo, e Israel no era más y no menos culpable que cualquier otro estado moderno.

El debate giró posteriormente sobre la cuestión de si el pueblo judío era de hecho un "fósil"- un remanente obsoleto de una civilización - o más bien un pueblo vivo, una civilización con su propio derecho a vivir. ¿Fue el establecimiento de Israel un anacronismo o un logro? Sobre esta cuestión, Herzog logró extraer otra concesión de Toynbee, cuando el historiador británico reconoció que "Israel puede desfosilizar la civilización judía, tal como se puede descongelar un coche". Mientras que Toynbee siguió insistiendo en que debido a la persecución y al aislamiento los judíos no habían jugado un papel influyente en gran parte de la historia moderna, admitió que "los judíos en los tiempos actuales se han convertido en... parte de la corriente general de la vida y juegan una gran papel". Herzog cerró el coloquio invitando a Toynbee a visitar Israel y ser testigo de primera mano de su "desfosilización".

Para el final del debate, estaba claro que el joven embajador había vencido al veterano historiador. A la esposa de Toynbee, Verónica, se le oyó decirle después "Te dije que no participaras en este debate". Los principales diarios canadienses elogiaron la actuación de Herzog, y telegramas de felicitación se acumularon en la embajada israelí en Ottawa. El evento también resultó ser una inspiración para muchos estudiantes judíos que asistieron a él. Uno de estos estudiantes de 20 años de edad, Irwin Cotler, se convirtió en un profesor de derecho de la Universidad McGill, especializado en derechos humanos, y un miembro del parlamento de Canadá, sirviendo como ministro de justicia desde 2003 a 2006. "Si los estudiantes judíos se sintieron humillados por la conferencia de Toynbee, ahora se sentían orgullosos y llenos de amor propio como judíos", dijo el biógrafo de Herzog. "El impacto psicológico de la labor de Herzog no fue menor que su impacto intelectual".

Y sin embargo, el debate Herzog-Toynbee se ha desvanecido en gran parte de la memoria pública, tal vez por sus propios participantes. La reputación académica de Toynbee, que descansaba sobre su magistral multivolumen sobre el Estudio de la Historia, no ha envejecido bien, así como la naturaleza esencialista de su análisis histórico ha caído en desgracia. Y aunque Herzog pasó a servir a varios primeros ministros israelíes, murió joven en 1972, a la edad de 50 años. Sin embargo, su debate es digno de recuerdo, no sólo en el sentido simplista de quién ganó, sino como una manera de pensar acerca de Israel que por desgracia ha desaparecido en el camino.

Hoy en día, la comprensión del Estado judío que Herzog transmitió - un estado normal con problemas normales - está casi totalmente ausente del discurso público. Para muchos de sus partidarios, Israel debe ser defendido totalmente como una isla inexpugnable de rectitud moral, una excepción a la regla del error y la imperfección humana. Nunca comete crímenes de guerra, y rara vez comete errores. Los críticos de Israel, por el contrario, a menudo se imaginan al Estado judío como un heredero del Tercer Reich y como una plaga única por su maldad sobre la faz del Oriente Medio. No hay depravación ante la que este régimen "zionazi" retroceda, y no hay crimen demasiado escabroso que no pueda cometer. En otras palabras, Israel es sobrehumano o subhumano.

Pero cuando pretendió defender a Israel de la acusación de una conducta similar a los nazis, Herzog tomó un enfoque muy diferente. No negó que las fuerzas israelíes habían cometido crímenes en 1948. Contextualizó esos crímenes y señaló que fueron condenados por la sociedad israelí en general, pero no negó que tuvieron lugar. Reconoció la falibilidad de Israel, como la de cualquier otra nación. La vindicación de Herzog no descansó en la limpieza de Israel de toda culpa, sino que situó sus fracasos en el contexto del fracaso humano. Fue convincente hasta para Toynbee, quien concedió que los delitos morales de Israel no eran diferentes a los de cualquier otro país, estableciendo que los crímenes que pudo cometer Israel no se debieron a su falta de humanidad, sino precisamente por su pertenencia a la humanidad

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